26.11.11

Violencia contra las mujeres guaraní cautivas: maltrato psicológico, torturas y abusos sexuales en las haciendas.


Los malos tratos y torturas se constituyen en un rasgo común y corriente de la vida de las mujeres cautivas. Los castigos físicos se aplicaban en los casos de lo que el patrón percibía como falla o incumplimiento en el trabajo. Las formas de torturar eran diversas e incluían las patadas, huasqueadas (latigazos) y golpizas con uso de palos durante las cuales las mujeres estaban inmovilizadas en el piso u atadas a un árbol así como la privación de libertad mediante encierros. En algunos casos las mujeres permanecían atadas u encerradas durante varios días mientras los opresores colocaban sal en sus heridas. Los encargados de ejecutar las torturas eran los mismos propietarios o los ayudantes de confianza quienes vigilaban a los peones. Las mujeres que no obedecían a los dueños o no realizaban sus tareas con la rapidez exigida por ellos tenían que hacer trabajos adicionales. Los niños pasaban hambre como parte de los castigos que imponían los patrones a sus madres. En el caso de no aparecer a tiempo para cumplir con sus obligaciones los vigilantes perseguían a las mujeres en sus caballos para enlazarlas y luego castigarlas.

El castigo que les daba el patrón era moler 5 quintales de maíz. Sus manos estaban sangrando, si no terminaban de moler el maíz las llevaba adentro para huasquear. (Comunaria de Huirasay, CCCH).

A las mujeres las huasqueaban, si no podía pillarla el patrón mandaba a otros a sus muchachos peones para que busquen a las mujeres, al cuarto las metían a las mujeres y las huasqueaban. Las enlazaban cuando se escapaban y las ataban a un palo y las tenían así por unos tres días. (Comunaria de Itakise, CCCH).

La experiencia de mi mama fue muy dura. Algo hacían mal les hacía castigar el patrón, pegar, les jalaba su cabello, sacaba la comida de su canasta, a nosotros, sus hijos no nos dejaba comer. Allá ha sufrido mucho. (Comunaria de Casapa, CCCH).

Las entrevistadas coinciden en que la mayoría de los patrones no tenía consideración para la edad u condición de embarazada de las víctimas sujetas a golpizas y tratos degradantes.

A mi abuelita la pegaban, ya de mayor, yo me acuerdo, la lastimaron en su oído, fuerte. Por eso mismo ella se ha escapado, se ha ido a Cuevo y después a Villamontes. (Comunaria de Laurel, CCCH).

A algunas trabajadores se las forzaba a vestir pantalón de hombres para humillarlas. Otras formas de maltrato psicológico comprendían insultos verbales, falta de pago, aumento de la deuda u amenazas de expulsión de sus casas, violencia física e incluso de muerte.. Las ofensas enfatizaban en la dominación de los patrones frente a la dependencia completa de los peones guaraní de su “buena voluntad” en términos de sobrevivencia. Las entrevistas revelan el uso recurrente de atribuciones y sobrenombres con referencia étnica, relacionados con el supuesto retraso cognitivo, suciedad, falta de ética o moral, y niveles inferiores de desarrollo cultural de las indígenas.

Con los caballos las corrían a las mujeres y les decían que eran salvajes, que eran unas flojas. (Teresa Bario, comunidad de la Colorada, CAP).

Cuando yo estaba chiquita el patrón me huasqueaba. Cuando ya estábamos discutiendo me quería huasquear, dijo “no me cuesta nada una persona como vos”. Me ha dolido, he pasado toda la noche llorando. (Comunaria de Yaiti).


Las mujeres empatronadas a menudo sufrían por ser coaccionadas a mantener relaciones sexuales con los patrones. Su condición de trabajadoras esclavas, la extrema vulnerabilidad, falta de mecanismos de protección y el hecho ser reducidas a simples objetos, sobre los cuales el patrón ejercía los atributos del derecho de propiedad, las exponía a los comportamientos sexualmente abusivos hasta el extremo de violaciones que ocurrían con mucha frecuencia en la mayoría de las haciendas. Las víctimas eran sometidas a los abusos bajo amenazas de violencia física o muerte, despojándolas así de sus más elementales derechos humanos.

La existencia de hijos, productos de estas relaciones, respaldaba y legitimaba el sistema de trabajo forzoso en el que existían lazos de sangre entre los explotadores y los explotados, facilitando el control que ejercía el patrón sobre las niñas y niños guaraní, hasta llegar al extremo de separar la madre de su hijo.
Las víctimas de abuso tenían que soportar el maltrato de las esposas de los patrones, cuando estas sospechaban la existencia de una relación sexual o incluso familiar entre su marido y la trabajadora guaraní.

Había casos en otras haciendas, algunas mujeres se embarazaban y a veces los patrones reconocían a los hijos y a veces no- cuando la patrona no quería- y las botaban a las mujeres de las haciendas y los hijos se quedaban. (Comunaria de Itakise, CCCH).

Una mujer guaraní trabajaba en una hacienda con la patrona, ella mucho la pegaba decían que era hija de un patrón. Mucho la pegaba a la muchacha, hasta ají molido le echaba en los ojos cuando se enojaba. (Comunaria de Laurel, CCCH).

En el caso de no reconocer a los hijos las mujeres eran expulsadas de las haciendas. Pese a ser víctimas de violencia sexual recibían maltratos de sus maridos por ser “infieles”.

El marido se incomodaba y tenía que tener los hijos. Los hombres pegaban a sus mujeres por ir con el patrón. (Comunaria de Itakise, CCCH).

Una de las mujeres al reconstruir su historia familiar mencionó el caso de su hermana víctima de un abuso por parte del patrón. El hijo, producto de esta relación fue separado de su madre cuando esta se enfermó y llevado al exterior.

A mi hermana el patrón la molestaba y por eso se ha escapado. Ella no se dejaba y por eso la ha pegado. Se escapó cuando tenía 16 años.
He visto una mujer, una empleada que ha tenido su hijo con el patrón. No lo reconoció. La esposa la molestaba a la mujer y por eso se ha escapado. Los patrones les pedían que se vayan a estas mujeres, no les reconocían nada de plata.(Flora Montes Vallejo, comunidad de Laurel, CCCH).


El mismo patrón abusaba de nuestras hijas. Esto ha sucedido. El patrón hace tener hija a su cocinera o niñera que la lleva a la ciudad. Ahora las empleadas no pueden hacer reconocimiento. El nombre de la mama le ponían y no del patrón. (Andrea Cerezo Bejarano, comunidad de Yaiti, CAP).
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Por Aleksandra Bergier, Observatorio de Derechos Humanos y Conflictos Socioambientales

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