24.11.11

Relatos de las mujeres guaraní cautivas: la vida familiar y la situación de los niñ@s


Los patrones tomaban las decisiones no solamente sobre las actividades diarias de sus trabajadoras guaraní pero en algunos casos interferían hasta en las relaciones entre esposos, exigiéndoles el trabajo continuo a las empleadas domésticas y la estadía permanente en la casa del hacendado. Las mujeres no tenían otra opción sino poner en el primer lugar los intereses de los patrones frente a los intereses de sus propias familias y en algunos casos recibían castigos físicos por el hecho de pasar tiempo con sus familiares o realizar trabajos conjuntamente con sus maridos.

Cuando mi marido quería vivir conmigo, el patrón no me dejaba estar con mi marido, yo era su sirviente y él no quería que me vaya. (Comunaria de Huirasay, CCCH).

El patrón no daba permiso para que viajen. Si las mujeres andaban con los maridos les daban en la cabeza o tenían que acarrear agua todo el día. Si tenían maridos tenían que trabajar para el patrón y no para sus esposos. (Comunaria de Huirasay, CCCH).


Por lo general las jóvenes tenían la libertad de elegir sus parejas, aunque en algunos casos los padres tomaban esta decisión por ellas sin tomar en cuenta sus opiniones.

Algunas entrevistadas mencionan que las parejas de jóvenes tenían que comprometerse a trabajar para el patrón por un año antes de obtener permiso para casarse y tener familia. De esta manera el propietario aseguraba la permanencia de los trabajadores en la hacienda por un tiempo determinado y controlaba el desempeño de las jóvenes cuyo trabajo no se veía afectado por compromisos familiares.

En sus relatos, las mujeres ponen énfasis en la violencia recibida de parte de los patrones y sus esposas aunque cuando se indaga sobre la violencia intrafamiliar la respuesta no es unánime. Algunas mujeres sostienen con firmeza que no había maltratos de parte de los guaraníes y otras admiten que estos casos se daban con frecuencia.

Sometidas al dominio de los patrones, las mujeres tenían escasas posibilidades de desplazarse y visitar a sus parientes. Para circular por la zona y encontrarse con los familiares que vivían en otras comunidades o propiedades las trabajadoras tenían que pedir “licencia”, explicando la finalidad del viaje, y por lo general recibían permiso para salir de la hacienda 2-3 días. Algunas entrevistadas reportaron que era posible salir de la hacienda los domingos, es decir los únicos días de descanso. Si no volvían a tiempo acordado recibían castigos. En otros casos, los patrones no permitían la circulación fuera de la hacienda en absoluto para evitar la vinculación de los trabajadores con los comunarios libres lo que podía ocasionarles la perdida de la mano de obra gratuita. El carácter hermético de las haciendas mujeres repercutía en la ruptura de los vínculos familiares con los parientes que vivían en destinos lejanos.

Por otro lado, la falta de educación e información sobre la realidad al exterior de la hacienda y el desconocimiento profundo de sus derechos más elementales y las alternativas a la vida en la hacienda les impedía hacer lectura racional de las amenazas interpuestas por los patrones.

No podían mujeres salir de la hacienda, no manejaban dinero, no sabían como escapar, no tenían idea. Tenían miedo de ser pegadas, el patrón les amenazaba: “Si te vas te voy a llevar a la cárcel”. Por eso no pensaban en huir. (Berta Nuñez García, comunidad de Casapa, CCCH).

Según los relatos de las mujeres de la comunidad “Caraparicito”, la ex propiedad del ciudadano americano Ronald Larsen, en caso de recibir visitas al interior de la hacienda, estas tenían que llevarse a cabo durante dos días máximo. Los visitantes que deseaban quedarse más tiempo podían hacerlo bajo la condición de trabajar para el patrón.

No nos dejaba ni un día para salir. Cuando llegaban nuestros familiares, solamente podían estar dos días de visita y si querían quedarse mas tiempo ya les decían que tienen que trabajar. (Comunaria de Caraparicito, CAP).

Los episodios más dramáticos en la vida de las mujeres cautivas tenían que ver con las dificultades y obstáculos que les impedían proporcionar la protección y cuidado a sus hijos. Desde el momento mismo del embarazo la vida de la mujer y del bebe corría riesgo por el desgaste físico que sufrían las madres, especialmente las que trabajaban en el campo. Casos de abortos por el trabajo excesivo eran comunes. Después del parto las mujeres tenían solamente dos días de descanso antes de volver a trabajar.

Los chiquitos cuando la mujer daba a la luz solamente le daban dos días de libertad, después de dar a la luz ya tenia que trabajar. Los dejaban por las orillas en los potreros y los colgaban en hamaquitas, los chiquitos llorando, los escuchaban gritar pero no les daba tiempo para darles a comer, el patrón estaba allá para mirar. (Comunaria de Capirenda, CAP)

La sobrecarga laboral, los extensos y continuos horarios del trabajo de las mujeres en las haciendas así como el control permanente de los explotadores repercutían en la negligencia involuntaria en el cuidado infantil y en el abandono de los niños. Las madres tenían permiso para atender a sus hijos durante una hora por día. Los menores se quedaban solos en las chozas de los peones, mientras sus padres trabajaban en el chaco o en la casa del patrón, por tanto sufrían accidentes e infecciones. Las enfermedades infantiles comunes como la diarrea o resfrío causaban muertes por la imposibilidad de recibir atención hospitalaria, derecho que les fue negado por los patrones.

No dejaba el patrón llevar los wawas al hospital, decía: “Para que los van a llevar no hay remedios para ustedes porque son guaraníes”. (Comunaria de Itakise, CCCH).

Los recién nacidos y los niños más pequeños acompañaban a sus madres en el campo, sin embargo las mujeres sujetas a la vigilancia e inspección de los patrones no podían ni siquiera amamantar a sus bebes. (…) Con puros chicotes las castigaba cuando querían atender a los hijos (…), relató una de las comunarias de Itakise. Como consecuencia de este flagelo, los niños morían por falta de atención.

Las mamas los dejaban en la casa- niños pequeñitos. Al chaco a veces los llevaban para poner en la hamaca. Los bebes por el chaco morían. Niños que se tapaban y morían en el campo porque la señora no pudo atenderlo. (Comunaria de la Colorada, CAP).

Los dejaban por las orillas en los potreros y los colgaban en hamaquitas, los chiquitos llorando, los escuchaban gritar pero no les daba tiempo para darles a comer, el patrón estaba allá para mirar. (Comunaria de Capirenda, CAP).

Por otro lado, las raciones de comida recibidas de los patrones no alcanzaban para alimentar a los niños más grandes.

Estaban mal, como los padres trabajaban, se quedaban solos hasta las 12, a veces había comida solamente para los trabajadores y no había comida para los wawas. Se enfermaban de diarrea, vómitos, varios hijos de mis hermanas se han muerto. No podían atender a sus hijos porque trabajaban. (Comunaria de Huirasay, CCCH).

Los niños se incorporaban al régimen servidumbral a partir de los 6 años, ocupándose de la crianza de los animales, acarrando agua o desgranando maíz. Sufrían castigos físicos de igual manera que adultos en caso de desobedecer al patrón. Al cumplir 15 años a los varones se les asignaba trabajos relacionados con ganadería y agricultura.

En la actualidad no se puede evidenciar la ruptura definitiva de los lazos de dependencia existentes entre los patrones e indígenas guaraní, en tanto algunos miembros de las familias que viven en las comunidades libres siguen todavía trabajando para los opresores. Este es el caso de una de las comunarias entrevistadas cuyo hijo no ha podido dejar la vida en la hacienda: Mi hijo está en Piraicito y quiere venir pero no le deja salir el patrón de la hacienda (Comunaria de Itakise, CCCH).
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Por Aleksandra Bergier, Observatorio de DDHH y Conflictos Socioambientales

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