17.8.09

Villa Fátima muestra otra cara de la colonización

Pando. Los 20 miembros de la familia Ramírez dejaron Riberalta por ofrecimientos de tierras de una OTB cerca de Cobija. Fueron engañados y ahora sobreviven recolectando basura

Eusebio Ramírez tiene 68 años y no sabe qué es la renta Dignidad y mucho menos la jubilación. Hace ocho meses decidió dejar Riberalta para venirse a Pando, porque un hombre le dijo que aquí había tierra para trabajar, que el frejol se daba tan grande como los granos de maní y que los racimos de plátano daban para alimentar a un regimiento. Eusebio tomó sus cosas, a los 20 miembros de su familia y se vino a trabajar a Barsola, un chaco a unos 20 km de Cobija, que creía suyo.

Junto a sus hijos Freddy y Ronaldo, sembró yuca, plátano, arroz, palmito, frejol y maíz, pero cuando estaban a punto de levantar la cosecha, el mismo hombre que les ofreció tierra les dijo que el terreno en realidad era de su hermano y los botó con las manos vacías. Él cosechó lo sembrado por los Ramírez en Barsola (así se llama el chaco), que no encontraron otra solución que arrimarse a la comunidad Villa Fátima.

Freddy cuenta que los dejaron quedarse porque sus hijos estaban en la escuela. Les dieron un lugar para que armen sus casas, pero nada más. “Cuando uno entra a una comunidad, los otros le ayudan. Pero acá es a vivir con lo que uno pueda hacer por sí mismo”, se queja.

Con 20 bocas que alimentar, el hambre no espera a que los jocos que sembró en su patio crezcan para poder hacer sopa, así que Eusebio, Freddy y Ronaldo decidieron recolectar metales del basurero de Cobija que la Alcaldía ha instalado justo frente al ingreso de la estancia de Leopoldo Fernández.

Con una temperatura que supera los 35 grados, las moscas persiguen con insistencia el rostro y los brazos de Feddy y su familia, que hurga entre la basura buscando latas de cerveza, baterías de plomo o cables de cobre para poder vender. Cada vez que llega un camión el griterío comienza. “Corré hijo, cogé ese cartón de una vez. Apartate vos Lillo, no estorbés, dejá a tu hermano”, ordena la mujer de Freddy.

¿Venden también cartón?, se le pregunta. “No, es para poner paredes a nuestras casas”, dice Freddy, que viste una camisa manga larga para cuidarse de las moscas y un crucifijo dorado con piedras de imitación que sacó de la basura.

Mientras sus hijos y nietos lidian con los suchas en busca de metales, Eusebio cuenta que hace unos años le dieron unas cuantas hectáreas en la carretera entre Riberalta y Cachuela Esperanza, pero que esa tierra estaba tan cansada que el frejol crecía chiquitito y los racimos de plátano eran más pequeños que los de guineo. Cuando lo que producía la tierra no alcanzó para alimentar a su familia, decidieron irse a Riberalta para trabajar como zafreros de castaña en alguna beneficiadora.

La crisis de este año los dejó sin trabajo, por lo que decidieron mudarse a Pando. Ronaldo cuenta que no tienen día de descanso, que la familia recolecta latas domingos, feriados y a veces hasta de noche. Le pagan Bs 1 por el kilo de plomo, Bs 1,50 por el de aluminio y Bs 5 por el de cobre. “Sacamos dos, tres, hasta ocho kilos por día, pero eso no alcanza para hacer estudiar a los pelaos. Esto no es vida. Los niños se enferman y el otro día creí que mi mujer se había muerto. Tuvo un desmayo de hora y media”, se queja Freddy, que asegura que sólo espera a que sus hijos terminen la escuela para volverse a Riberalta.

Hay tres miembros de la familia que no participan de la recolección. Una es doña Irma, esposa de Eusebio y madre de Freddy y Ronaldo, que se queda en su casa lavando la ropa de toda la familia y de alguna gente de la comunidad. Las otras dos son Patricia y Alelí, hijas de Freddy. Patricia está tendida en una enorme chapapa de tres plazas en la que duerme casi toda la familia. Tiene 12 años, está en 5° de primaria y lee su texto mientras Alelí, de nueve meses, duerme sobre una hamaca. Su casa es una choza con paredes de hule, colchas y cartones. Aquí, al igual que en la comunidad del Gobierno, también flamea la bandera boliviana. La diferencia es que los Ramírez no han venido a “sentar soberanía”, sino a buscar un pedazo de tierra para no morirse de hambre.

Demandan tierras para 1.500 familias

Los zafreros de Riberalta que retornaron de Pando el viernes pasado, exigen al Gobierno la dotación de tierras para 1.500 familias benianas y apoyo financiero para solventar las condiciones mínimas de supervivencia en la Amazonia boliviana. Ayer, luego de una reunión entre los 156 zafreros que volvieron a Riberalta, determinaron que, por el momento, no volverán a Pando y que esperarán una respuesta del Gobierno a su demanda.

El dirigente zafrero Alfredo Rodríguez informó que hoy se reunirán con una comitiva del Ministerio de Trabajo para delinear las condiciones contractuales para la recolección de castaña. En la oportunidad, entregarán su pedido de tierras para 1.500 familias a fin de que sea canalizado al Ministerio de Desarrollo Rural.

Mientras el director nacional del INRA, Juan Carlos Rojas, aclaró que para atender la demanda de los riberalteños es preciso hacer un estudio previo sobre las necesidades de la gente, ayer, el viceministro de Tierras, Alejandro Almaraz, señaló que no hay agrupación social alguna que se oponga al plan de asentamientos que desarrolla el Gobierno en Pando. /HU

El Gobierno sabe que están allí

Cuando a Freddy se le pregunta si ellos aceptarían un pedazo de monte propio para recolectar castaña, se le iluminan los ojos y Ronaldo salta. “¿Un pedazo de monte junto a los ríos para sacar castaña?, ¡claro! Nosotros ya hemos ido a Manuripi y por el Orthon”, dice el joven, de 17 años.

A Freddy le importa muy poco la política o que el Gobierno esté trayendo gente de Chapare a Pando. Está agradecido con el quintal de arroz, los 40 kilos de azúcar y los ocho tarros de aceite que una vez le trajeron soldados de la Naval, pero se enoja cuando recuerda que el único contacto que en estos ocho meses ha tenido con la Prefectura fue cuando vinieron a preguntarle si estaban en Pando para tomar tierras. “Lo que queremos es un poco de tierra para volvernos estables. Vamos donde nos digan”, implora Freddy, de 49 años y siete hijos por educar.

http://www.eldeber.com.bo/2009/2009-08-17/vernotanacional.php?id=090816224913

 

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