3.3.11

Aguantar lo inaguantable: Relatos de las mujeres guaraní cautivas

Por: Aleksandra Bergier

Marcelina Martínez(1)tiene 48 años y pasó más de 30 trabajando como esclava en una hacienda. Hay un cambio drástico en su rostro sereno cuando empieza a contar la historia de su vida. Me levantaba a las 4 de la mañana para preparar desayuno para el patrón y los peones. Después limpiaba, lavaba la ropa y luego preparaba el almuerzo y lo llevaba al chaco del patrón. También las mujeres cosechábamos maní, cumanda , ají y traíamos la cosecha pesada en la cabeza. Teníamos que llenar el costal y llenito traerlo y si no era lleno no nos pagaban ni un peso. “Apenas se están ganado comida”, nos decían. Las wawas los poníamos en la espalda y salíamos a trabajar. A veces dormíamos dos horas en el día y los patrones nos decían que somos flojas, que no hacemos nada.

El relato de Marcelina forma parte de una cadena de maltratos que comenzó en la época de colonia cuando el pueblo guaraní, que ocupaba una gran zona del Chaco boliviano, fue vencido militarmente por el ejército boliviano en la batalla de Kuruyuki. Como trofeo de guerra numerosas familias indígenas fueron tomadas como esclavas por los vencedores. Estos recibieron como compensación del Estado extensiones importantes de tierra constituyendo latifundios en el Chaco boliviano. Desde este momento, las familias cautivas no conocieron dignidad, viviendo en condiciones inhumanas.

Aunque en el transcurso de los últimos años se tomó conocimiento de la cesación de las actividades servidumbrales en algunas propiedades de la región, hasta la fecha no se ha obtenido datos exactos, relacionados con el número de las personas que viven bajo el régimen servidumbral. Un diagnóstico realizado en 2009 por facilitadores guaraníes del Concejo de Capitanes Guaraníes de Chuquisaca (CCCH) registró casi un 10 por ciento de esa población en esa condición, es decir, más de 1200 personas.

Las mujeres empatronadas a menudo sufrían distintos tipos de explotación al mismo tiempo. Los abusos sexuales y los hijos, productos de estas relaciones, respaldaban el sistema de trabajo forzoso en el que existían lazos de sangre entre los explotadores y los explotados. Como resultado, las indígenas tenían que aguantar el maltrato de las esposas “legítimas” junto con la permanente sobrecarga laboral en las tareas domésticas y en el trabajo de siembra y cosecha por el cual escasas veces percibían salario alguno.

Yo he escapado una vez, cuando estaba de 8 meses de embarazo. La patrona agarró una barra y me amenazó: “Te voy a dar así” y yo dije “dame” y me escapé y ya no me dio. Quería pegarme porque estábamos atajando los chanchitos y uno se había escapado y me amenazó con pegarme. Les pegaba a otras mujeres, mientras más fuerte gritaban más fuerte les pegaban. “Hasta que se callen” nos decían, decían que no hacemos bien nuestro trabajo, relata Marcelina plasmando los recuerdos de una época horrible de su vida.

Los peones en las haciendas eran tratados como subhumanos, forzados a soportar humillaciones de parte de patrones que empleaban diversas estrategias para manifestar la superioridad de su familia sobre los trabajadores- esclavos. Una de ellas era la forma de alimentarse de los peones, obligados a comer de baldes. Yo tenía apenas nueve años. Mi madre era cocinera de 25 peones. ¿Saben cómo les daban a comer a estos pobres peones?- pregunta Jacinta Fernández, responsable de género en la capitanía Alto Parapetí- Siete personas comían de una sola fuente. Fue la orden del patrón. Si llegaban rápido alcanzaban la comida, si no- pasaban hambre.

Los alimentos tenían escaso valor nutritivo y a veces eran incluso tóxicos. Nos trataban como perros. El patrón nos daba maíz no más para comer y ellos comían bien. A veces hacían charque de la vaca que había muerto por enfermedad y lo salaban y eso era para los peones. Todo eso era una deuda que teníamos que pagar trabajando. Ellos comían trigo, arroz, fideos. Cuando queríamos arroz lo anotaban y la deuda seguía aumentando. A mí me da miedo ahora deber, yo ya no puedo deber, cuando uno debe yo pienso que uno tiene que trabajar y esclavizarse. Y ahora ya no somos tan fuertes para trabajar, ahora ya nos quema el sol, narra Paulina Montes de 48 años.

La mama de Paulina nació y murió en la finca del patrón sin conocer otro tipo de vida. Su camino, como el camino de tantas otras mujeres cautivas, fue marcado por el dolor que surge cuando uno mira a sus padres y hermanos sudando todos los días al hacer las mismas, fastidiosas tareas sin percibir ningún tipo de remuneración. Cuando uno mira a sus hijos creciendo para alcanzar el mismo destino, sin ninguna alternativa.

Las mujeres cautivas no tenían espacios comunes ni tiempo para reunirse, compartir y charlar. Hacían actividades en conjunto pero no se les permitía hablar mientras trabajaban. Toda su vida giraba en torno al trabajo, no conocían la noción del tiempo libre. Cuando trabajaba con otras mujeres haciendo cumanda, nos preguntábamos: ¿Hasta cuándo vamos a trabajar así, nos decíamos, será que vamos a morir así?, recuerda Paulina. La jornada laboral duraba a menudo 16 horas por día, el único día libre era el domingo. Los patrones no daban permiso para salir de las haciendas, visitar a los familiares o viajar aunque los guaraníes podían trabajar sus pequeños chacos dos veces al año.

Un elemento permanente en la vida de las mujeres empatronadas eran los castigos corporales que recibían por no haber cumplido con su trabajo según la percepción de los patrones. A las mujeres las huasqueaban, si no podía pillarlas el patrón mandaba a otros, a sus muchachos peones para que busquen a las mujeres. Al cuarto las metían y las huasqueaban. Las enlazaban cuando se escapaban, las ataban a un palo y las tenían así por unos tres días, dice Jacinta.

Berta Laime salió de la hacienda hace cuatro años. Se pone a llorar al acordarse de la impotencia de las mujeres frente a la violencia física y psicológica que tenían que enfrentar. No podían mujeres salir de la hacienda, no manejaban dinero, no sabían cómo escapar, no tenían idea. Tenían miedo de ser pegadas, el patrón las amenazaba, “Si te vas te voy a llevar a la cárcel”. Por eso no pensaban en huir.

Las experiencias más devastadoras tienen que ver con la pérdida de hijos. Eran muertes innecesarias, estúpidas, accidentes que se podían evitar fácilmente. Los niños abandonados en la casa sufrían quemaduras y caídas porque no había nadie que los pudiera cuidar, siendo esclavos todos los familiares. Marcelina recuerda como murió su hija luego de no recibir el permiso del patrón para llevarla al hospital. Mal estaban mis hijos, enfermos, se ha muerto una hijita de 1 año y medio. El patrón me decía que no puedo llevarla al médico porque ni él saca a sus hijos al hospital y los cura en la hacienda. Me ha dado tabletas pero igual murió mi hija.

Comenzar de nuevo

La Asamblea del Pueblo Guaraní (APG), máxima representante de esta etnia, viene exigiendo al Estado boliviano desde hace más de 20 años la recuperación de su territorio ancestral y la liberación de las familias cautivas. En los últimos años, el Estado, con la finalidad de obtener la libertad de las comunidades cautivas y restituir su territorio usurpado a sus legítimos dueños por particulares, ha iniciado varios procedimientos agrarios, entre ellos, el de reversión por el incumplimiento de la denominada Función Económica Social por la existencia de las relaciones servidumbrales en varios predios. Últimamente, esta estrategia jurídica ha traído los resultados esperados, logrando fallos favorables y la reversión de varias haciendas posteriormente tomadas por las comunidades guaraní.

La existencia de las tierras disponibles posibilitó la liberación de varias comunidades, siendo una alternativa que permite romper relaciones servidumbrales. Sin embargo, el camino hacia la libertad plena es siempre largo y difícil, pues significa establecer asentamientos nuevos y enfrentar la falta de seguridad alimentaria, entre otros retos. Las historias de liberación se nutren de la valentía que les permitió a muchas familias empatronadas abandonar las haciendas, sin contar con medios para sobrevivir por cuenta propia.

La decisión implica un cambio drástico en la existencia de los guaraníes, aunque en sus intentos de construir un nuevo camino prevalece la alegría de poder trabajar su propia tierra, parte del territorio ancestral. Una amplia sonrisa ilumina el rostro de Berta cuando habla de su nueva vida: Ahora damos las gracias porque ya tenemos la tierra, estamos tranquilos. Antes no era así, la casa era alojamiento, llegábamos a la casa solo para dormir.

¿Qué sienten las mujeres cuando se les pregunta sobre las experiencias de liberación? ¿Qué les dirían a las hermanas que todavía siguen en empatronamiento?
A las mujeres que todavía están en las haciendas les contaría la historia de mi liberación, dice Marcelina. Salí de la hacienda hace 3 años. Venían los de la organización para hablarnos. Nos decían “Cómo van a seguir trabajando para el patrón, él los está engañando, ustedes trabajan duro y no tienen nada”. Fuimos a la nueva tierra, yo dije que no voy a acostumbrarme pero a mi esposo lo han huasqueado y queríamos irnos. Hicimos nuestras casitas, nuestro chaco y empezamos a sembrar.

La hermana de Marcelina sigue trabajando en la finca del patrón. Se levanta a la 1 de la mañana, pero ella no quiere salir, ella piensa que ahora es como era antes. Antes les ponían laso en su cuello y les pegaban y les tiraban un balazo cuando querían escaparse y mi hermana sigue pensando que es así. Ella tiene 60 años y tiene miedo que el patrón le va a pegar. Dice que cuando no servimos a un patrón no comemos y si viene aquí no va a tener nada.

Cuando tratan de reconstruir sus historias, las mujeres liberadas empiezan a reflexionar y a darse cuenta de los abusos que sufrieron en toda su magnitud y en todas las dimensiones. Fortalecidas y dignas, están saliendo de su rol de víctimas inconscientes. Cuentan sobre las proyecciones de vida, su visión del futuro y sobre el ñandereko- “la vida armoniosa”. Allá, en las propiedades del patrón, aprendieron a vivir con abusos constantes como partes innatas de sus existencias. Aceptaron el sufrimiento que le ocasionaba esto, como algo inevitable. Ahora, las proyecciones, esperanzas, planes para el futuro se constituyen en el medio poderoso que les ayuda a superar los traumas del pasado. Muchas anhelan aprender a leer y escribir puesto que el derecho al estudio les ha sido quitado por los patrones. Otras desean seguir trabajando para las comunidades y especialmente fortaleciendo a otras mujeres y ayudándoles convertirse en las líderes de su pueblo como es el caso de Berta. Quiero seguir aprendiendo para apoyar a las demás hermanas que todavía siguen sufriendo para que sigan adelante. Quiero dar este mensaje en cada reunión para que conozcan su derecho, que se profesionalicen, al igual que los hombres tienen derecho para llegar a hacer algo en la vida. A las hermanas que están en las haciendas hay que decirles que hagan trabajo propio para ellas, que no quemen sus cuerpos sirviendo a los patrones.

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(1) Los nombres de las protagonistas fueron cambiados.

Ver video con testimonios de mujeres guaraní cautivas

Observatorio de DDHH y Conflictos Socioambientales

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