Reto. Aprenden a vivir en un lugar donde hay que inventarlo todo.
Por un pedazo de tierra, Juana está dispuesta a todo, claro, menos a matar. Para ella, ‘todo’ significa marcharse a otro lugar y soportar lo que venga. Lo peor ya lo ha vivido hace cuatro meses, al llegar a ese punto de la selva de Pando donde vive ahora. “Tras poner el primer pie empezamos a inventar la vida aquí”, dice entre dientes, para evitar que los mosquitos, a los que ella llama coñeras, se le entren en la boca.
Bernardino Racua es el nuevo hogar de Juana y es donde el Gobierno puso la primera piedra fundamental para que desde ahí germinen varios pueblos inventados bajo el pretexto de que hay que sembrar soberanía en esa esquina de la patria que colinda con Brasil. El primer contingente de humanos llegó de Chapare (Cochabamba), donde el presidente Evo Morales construyó su morada sindical y desde donde se lanzó a la fama al denunciar a los muertos de sus sindicatos que eran derrumbados por las balas que los gobiernos de otros años utilizaban para erradicar la coca.
Juana es una de esas 600 personas que llegaron atraídas por la promesa de recibir, a cambio de un sacrificio duro, una casa y un espacio para cultivar la tierra. Lo que la obligó a tomar ese reto fue su crío juguetón que ya tiene ocho años y por el que, según dijo, hará todo lo que esté en sus manos. Quiere que en grande sea dueño de un terreno donde pueda sembrar su comida y luego, cuando sea viejito, tener donde caerse muerto.
Bernardino Racua se encuentra en una planicie que tiene el tamaño de una cancha de fútbol. Sus habitantes, que ahora son como 150 (cifra extraoficial, porque se sabe que muchos escaparon a sus antiguas vidas), continúan viviendo en tiendas de campaña y las esperanzas de mejores días las tienen depositadas en las casas de madera que el Gobierno está construyendo para cumplir parte de su promesa, y evitar, según analistas, que se sigan marchando. “Éste será un pueblito bonito”, explica una topógrafa que tiene la cabeza cubierta con un sombrero y un trapo que le protege también el cuello de las punzadas de los insectos y de los bríos de un sol amarillo que está clavado en un cielo amenazado por nubes negras. “Las calles ya están diseñadas, serán anchas. Las casas, amplias, (dos cuartos y una galería). Y una base en forma de patas de zancudo las protegerá de la furia del agua”, explica.
A Bernardino Racua se llega desde Cobija por un caminito apretado entre la selva y que los colonos miden no por kilómetros, sino por días a pie. “La capital está a cuatro días de viaje”, explica un hombre moreno, joven y empapado en un sudor que le chorrea por el cuerpo desde que dio el primer machetazo para sobrevivir en esa selva fogosa. “Es que éste es un pueblo en construcción; antes de nosotros no era nada, sólo monte alto, calor y moscos hambrientos”, cuenta y lo hace como si lo que empezó a vivir hace meses se tratara de una leyenda contada ya por sus antepasados.
“Chapare es un paraíso en comparación a este lugar. Allá hace calor, pero los caminos, los hospitales y los bares donde venden cerveza ya están hechos”, cuenta con más confianza, con una voz que a veces bromea y por ratos se pone seria. “¿Ustedes no son enviados de los enemigos?”, cuestiona.
De a poco, la ración de comida que les da el Gobierno y que se echa a perder en las carpas por el excesivo calor, será reemplazada por los alimentos que ellos ya están sembrando. Doña Juana cuenta que el desmonte será progresivo, que por año cada familia chaqueará una hectárea hasta llegar a tener cinco, una cantidad suficiente para vivir de la producción agrícola, una cifra generosa para quien, como doña Juana, no tenía ni un centímetro de tierra, (aunque la oposición dijo que muchos cuentan con terrenos en sus lugares de origen).
Pero nada tendrá sentido si los caminos no son mejorados, dice otra mujer que en las tardes se queda a lavar la ropa de su marido en el único arroyo que les calma la sed y les quita la mugre después del trabajo. Los caminos de Pando son la puerta al mundo en épocas de calor y una cárcel cuya llave se cierra cada vez que el cielo se cae y sólo se vuelve a abrir después de semanas, cuando el barro vuelve a convertirse en polvo.
Los lugareños de una media docena de pueblos que hay en el trayecto a Bernardino Racua dicen que tienen sentimientos encontrados hacia los colonos que llegaron de Chapare. Por un lado, reniegan porque creen que son instrumentos del Gobierno para alimentar la cantidad de votantes a favor del MAS en las próximas elecciones y que con sus chaqueos están depredando el paisaje.
Pero también dicen que gracias a ellos hay la esperanza de que el Gobierno central por fin vuelque su mirada hacia esta parte del país y que las mejores condiciones de vida no sólo lleguen para los colonos, sino también para los otros centros urbanos que no comulgan con la doctrina de Evo Morales.
Los colonos están dedicados al desmonte y cuando los árboles ya han sido arrasados, depositan las semillas en los surcos de una tierra que hasta ahora fue capaz de hacer crecer árboles de almendros que miden más de 50 metros de altura. “Tengo fe en que las verduras, las hortalizas y las frutas también germinen aquí”, dice doña Juana, con una voz despreocupada, que dibuja a una mujer que está dispuesta a todo, claro, como ella dice en broma, menos a matar.
Los datos
- El plan de ubicación de campesinos del trópico de Cochabamba y del occidente del país que promueve el Gobierno en Pando empezó a gestarse en agosto. Durante ese mes llegaron cerca de 600 personas.
- El avión Hércules de la FAB se encargó de transportarlos desde los lugares de origen, en tanto que policías militares custodiaron la travesía desde el aeropuerto de Cobija hasta los puntos de asentamiento.
- Un grupo de soldados mantiene la vigilancia en Bernardino Racua, que es el centro operativo del plan de colonización en ese departamento.
- Un grupo de colonos se encuentra en el municipio de Puerto Rico, capital de la provincia Manuripi, y otro en Santa Rosa de Abuná.
http://www.eldeber.com.bo/2009/2009-11-29/vernotanacional.php?id=091128204005